sábado, 10 de marzo de 2018

TOLDURA (porque cuando algo no tiene nombre lo mejor es inventar la palabra)


            Vine de mis ejercicios en FITUR renovado. Maduré por fin. Abandoné los postulados del turismo de interior que hasta entonces defendía, el que llenaría bancos de iglesia, varales de trono, filas de nazarenos y aceras de calle, el cursi turismo del alma, uno de malagueños tiesos que apenas deja un euro de churritos en caja. Acepté por fin mi posición bajo el Sol de la Costa, la de ser un mero figurante al servicio del desarrollismo hostelero, dispuesto a vender hasta el aire de mi capirote a un tour operador por treinta monedas. Y salí a la calle, y este invierno se tornó primavera, y contemple a Málaga con nuevos ojos, una ciudad bienaventurada sin aguantar sermones de la montaña, ni sufrimientos, ni esperas, toda cubierta por un toldo sagrado, bendecida por una panza hinchada de becerro de oro que nos cobija y que pregono orgulloso en este post.



            Pérgola sobre pérgola en una de las muchas arterias que rivalizan con la Alameda por ser la Avenida de los Toldos, que llamó un pregonero. Pronto caerá la noche sobre los palios, se prenderán candelerías de estufa que calienten al que tiene frío por fuera, se servirán gintonics al que lo tiene por dentro y de paso darán de beber al sediento.



            Por parejas avanza el cortejo ocupando su sitio en la procesión, ya llueva o haga sol, pues se paga por la ocupación y si se paga se ocupa. Son mojones móviles de un reino por conquistar, tan protegidos por la autoridad que ni un perro mañanero reventaíto osará mear.



            Nuevas calles se abren para dar acogida al suntuoso cortejo, sea siempre bienvenido. No será su saeta al cantar al que está por desenclavar, ni tampoco al que anduvo en la mar, será al que se coma la brocheta y suelte la pasta al acabar. Ole.



            El manto se aleja por la estrecha vía dejando aroma a inútil regüeldo ¿Si no da el sol por qué cobija? ¿Si acolcha el ruido por qué en Chinitas? Los huesos del clero enterrado bajo el crucero de lo que un día fue convento se retuercen con el taconeo de las chanclas con calcetines, reviven de la paz en que descansaban con las risas que provoca el vino y los entraditos en carnes que por el famoso pasaje intentan ahora pasar y ya no caben.



            Junto al Palacio Obispal desplegada está la manguilla, la cruz parroquial no se pone porque no se come, está preparada en la bodega por si alguien la pide, porque si la cruz se pide la cruz se vende.



            Actor del misterio, no huyas de este cielo de lona que está por tu bien y por el de todos. Verás como poco a poco se llenan de fieles los bancos del este falso templo en que se ha convertido esta ciudad de falso dios.



            Cimbreo de morillera, bambalina bordada con aromas de boquerones más quemados que fritos. Al ofertorio llega la guapa beata con mandil a pasar la bandeja. La ciudad quiere pero nada es a cambio de nada y la hospitalidad empieza por uno mismo. Entérate, infiel de lejanas tierras, ésta es la verdadera fe, en efectivo o con tarjeta.



            Y bajo el palio siempre la flor, cobijada con infinito amor para animar a la primavera. El azahar brota imparable del sustrato de huesos chupados de aceituna, el cielo profiláctico de la hostelería será el único límite.



            No dejéis hueco por cubrir, palios malagueños, invernaderos de hoja de tabaco. Drogad al mundo con el veneno de vuestro incienso que arde en minicarboncillo de alquitrán. Habrá incluso quienes proclamen a los cuatro vientos del aire puro que estos fumaderos no son más que un monumento al fraude de la ley, unos incensarios que sirven para fumar lo mismo que antes se fumaba dentro gratis pero fuera y pagando al Ayuntamiento. Qué buen negocio municipal fue la Ley Antitabaco. Venga más calles peatonales, venga más minúsculos locales, llenando las arcas públicas y vaciando el Arca de nuestra Alianza.



            Avanza palio malagueño, llega hasta cualquiera confín, si hay que saltar muros se saltan, que aún hay muchos huecos hosteleros que cubrir. Que mejor lugar para un refrigerio fino, para una jubilación de maestro entregado, para una boda de oro de amantes esposos, para unas buenas croquetas y un Rueda fresquito, que el hospital donde se acogían a los miserables que no tenían donde caerse muertos. Ojalá pronto nadie pierda la ocasión de saborear un catering intramuros de la historia de la enfermedad y la caridad, siempre a precios asequibles para el bien de todos, claro está.

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