Cristo
orando en el huerto abrazado a un olivo imaginario para que le luzcan los
pliegues del nuevo mantolín, vírgenes cuya mirada implorante al cielo se ve
contradicha con la mano tonta de un besamanos, falanges afiladas como estiletes
para introducir anillos, manos crispadas injertadas en cristos serenos que exhiben
las malas artes de los que pretenden pasar a la historia del arte cateando en lenguaje
corporal, codos salientes para percha de toca, manos prisioneras de sus rosarios
o convertidas en pedestales de caros cachivaches para dar gusto a sus
donantes...
Aunque la cara goce del
aristocrático privilegio de ser el espejo del alma y las manos, por su
condición proletaria, ya desde la escultura del desterrado Adán y señora se
vean obligadas a trabajar duro por amor al arte, ojalá las ramificaciones
nerviosas de las cabezas de las imágenes de vestir prolongaran su emoción hasta
las extremidades sin interferencias, ojalá que la sangre que palpita en las
sienes circulara sin obstáculos por los listones de madera hasta las manos y que,
despojadas éstas de los contratos estéticos contraídos con la tradición o el capricho,
pudieran en su quietud mover con naturalidad al sentimiento.
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